Spruce está trabajando con Ethereum para permitir a los usuarios el inicio de sesión en internet

Spruce está trabajando con Ethereum para permitir a los usuarios el inicio de sesión en internet –el omnipresente sign-in, en inglés- a los distintos servicios web con su cuenta en Ethereum, en lugar de hacerlo con la cuenta en grandes corporaciones como Google, Apple o Facebook. En la actualidad, la experiencia de esos inicios de sesión –cuando nos logamos- es facilitada por la provisión de identidad ofrecida por esas corporaciones.

La Fundación Ethereum y Ethereum Name Services (ENS) realizaron hace unas semanas atrás una convocatoria solicitando propuestas para llevar a cabo tales inicios de sesión con Ethereum, teniendo en cuenta que el ecosistema Ethereum permite millones de transacciones seguras a partir de claves criptográficas, bajo control absoluto de sus poseedores. Si esto se hacía con, por ejemplo, las transacciones en las wallets, puede ser usado también para los servicios de la Web2. Este es el punto de partida. De hecho, plataformas como OpenSea, especializada en la subasta de NFTs, permite a los usuarios la identificación con sus wallets en Ethereum. La diferencia es que la clave cripto no es la identidad.

Pues bien, la propuesta de Spruce resultó la ganadora. Se trata de una compañía de software abierto (open source software), especializada en identidades y datos descentralizados.

La identidad es el conjunto de rasgos que permite parecernos y, sobre todo, diferenciarnos de los demás. Más allá de la fuerza emocional que generan y del gran interés analítico que ofrecen las identidades colectivas, insertas en los procesos sociales más relevantes de los últimos años, aquí nos centramos en las identidades individuales. En la identidad como diferenciadora de los demás y, sobre todo, en su papel para darnos paso a determinados ámbitos. La identidad como base del reconocimiento que nos da acceso a determinados servicios en internet. En lo que hacemos cuando nos logamos.

Cuando nos logamos con nuestras cuentas en esas grandes corporaciones, es como si vendiésemos nuestra alma al diablo, siguiendo el mito de Fausto. Obtenemos el placer de la facilidad de la navegación, del acceso a prácticamente todos los rincones de la red, sin más esfuerzo que aceptar nuestro reconocimiento como facebookers o googleros identificados. Después, el infierno nos puede llegar en forma de torrentes de mensajes publicitarios, en el mejor de los casos, pues lo que hagan con nuestra identidad deja de estar en las manos del usuario.

Cabe sospechar, entonces, que su gestión no está siempre alineada con los intereses del usuario. Es más, ni Appel, ni Google, ni Facebook, dan cuenta de lo que hacen con los datos producidos por la gestión de nuestras identidades. Al fin y al cabo, Mefistófeles es un enviado del diablo, del mal. Así se engordan los infiernos. De hecho, durante estos últimos días, el gran símbolo del mal ha sido Facebook, tras las denuncias de ciertas prácticas realizadas por una de sus empleadas: Frances Haugen.

Cuando nos logamos a través de nuestras cuentas en Facebook o en Google, quedamos identificados por estas corporaciones. Algo que les permite el registro acumulado de nuestras huellas en la red. Una identificación que produce su identidad en, al menos, un doble sentido: es la identidad que ellos tienen de nosotros, de nuestros movimientos, de cómo nos configuran, y, por otro lado, es el núcleo del negocio de estas corporaciones pues, lo que venden, a los anunciantes, es la identidad que les hemos cedido y han transformado en su identidad, en algo suyo.

Un proceso que se parece al que describía Marx cuando analizaba que, con la cesión de su tiempo de trabajo al empresario, cedía su ser y todo producto que durante el mismo se generaba. Lo llamó alienación. Ahora, trabajamos en la red para esas grandes corporaciones, una vez que nos identifican, una vez que cedemos nuestra identidad. Al igual que el trabajador perdía el control sobre los productos de su trabajo, según el análisis de Marx, el usuario de internet pierde el control sobre los productos de su identidad. Es más, nos constituímos en el capital central de estas corporaciones. Su capital económico emerge sobre el capital audiencia, que somos nosotros, que son nuestras identidades gestionadas.

Esta dinámica de acumulación de la audiencia, ha conducido a un internet sumamente centralizado. Bastante lejos de cómo aparecía configurado en un inicio. Tan centralizado que si cualquiera de estas grandes corporaciones tose, como ha pasado esta semana con Facebook y Whatsapp, todos quedamos constipados. Paralizados. Fuera de juego.

La propuesta en la que está trabajando Spruce con Ethereum nos devuelve, al menos en parte, cierta gestión sobre nuestra identidad. En cierta forma, nos hace más libres y responsables. Otra cosa es que la mayoría esté dispuesta a dar el paso hacia esta nueva forma de entender internet. Al fin y al cabo, en mayor o menos medida sabemos que estas grandes corporaciones se benefician de nuestros datos. Como ha ocurrido con las denuncias de Haugen contra Facebook en el senado estadounidense: algo –bastante- intuíamos; pero la mayoría sigue regalando su alma al diablo.

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